LAS NAVES FLUVIALES DE TUTANKHAMON.

 

 

 

"Bogaba a proa de la nave con doscientos hombres.

Se remaba con ánimo, pero luego de avanzar media Milla se sintieron flaquear los miembros.

Les faltaba aire...

Su majestad tomó decidido el remo de veinte codos de largo.

Se puso a remar con ánimo y tomó tierra.

Después de haber cubierto tres millas remando

Sin soltar el remo;

Las caras de los que le observaban brillaban de admiración

Al verle ejecutar tamaña proeza".

(De una estela encontrada en la esfinge de Gizéh, referida a Amenofis II —XVIII dinastía— del Imperio Nuevo, según la traducción de S. Schott).

 


«Carnarvon: ¿Ve algo?»

«Carter: Sí... maravillas».

 

Cuando en 1922 Howard Carter descubrió la entrada de la tumba de Tutankhamon, uno de los últimos faraones de la XVIII dinastía y el último descendiente por línea directa de los emperadores de ésta, lo que sacó a la luz del Valle de los Reyes debe su gran resonancia en todo el mundo, más que al mismo faraón (un joven de breve reinado y faraón de ,segundo orden), al hecho de que su tumba se hubiera conservado casi intacta a lo largo de los milenios.
Ello fue posible gracias a los cuidados de Maya uno de los funcionarios del faraón, suministrador y encargado de la protección del Valle de los Reyes, leal y guardián celoso de su tumba, no sólo de los tradicionales saqueadores, sino de la venganza de su sucesor en el trono, el general Horemheb. La historia había comenzado mucho antes, en tiempos de Amenofis IV, que se hizo llamar Akenatón, cuyo reinado es uno de los momentos más apasionantes de la historia de Egipto al tratar de instaurar una religión monoteísta, el culto a Atón, provocando el rencor de las poderosas castas sacerdotal y militar.
Todas las manifestaciones artísticas de este período llevan el sello de la nueva vitalidad que este faraón visionario trató de infundir a su mundo. Pero fue una revolución desde arriba que no pudo romper las tradiciones de milenios y por tanto nunca encontró el respaldo de ningún sector de la sociedad de su tiempo.
La reforma no sobrevivió a su creador y promotor y la contrarreforma no se hizo esperar. Cuando Tutankhamon (1343 a.C.) subió al trono apenas tenía nueve años, es decir, era un niño perfectamente manejable para las poderosas castas dominantes. Aunque nacido y criado en el centro de irradiación de la nueva religión «atonista», la actual Teil-el-Amarna, conocida entonces como Akhetaten (ciudad del horizonte del sol), es obligado a borrar de su nombre la terminación atón, «el divino disco solar», y sustituirla por la de amón, «el espíritu del sol», devolviendo a este sol, divino y único ser supremo, al lugar tradicionalmente secundario en el complicado panteón egipcio, cuya jefatura fue siempre marcada por los ritos osiriáticos. Nada sabemos de la muerte del joven monarca, salvo que fue a la temprana edad de 18 años. Si fue víctima de una enfermedad o de un complot palaciego es algo que los deteriorados despojos de la momia nos ocultarán para siempre.
Apenas nos ha llegado la desesperada reacción de su viuda Anjsenamón, al mismo tiempo sobrina y cuñada del rey, a través de los archivos hititas, donde se recoge con estupor y recelo la propuesta de matrimonio de la reina a un príncipe de aquella nación, al parecer para no verse en la obligación de tomar como nuevo esposo a lo que ella misma denomina como un «escriba de reclutas», refiriéndose sin duda al general Horemheb, enemigo declarado de su dinastía y de la herejía amárnica. Cuando años después, este general asume las insignas de la realeza, desencadena una implacable persecución contra todo lo que quedaba del culto a Atón, persecución sólo comparable a la que el mismo Amenofis IV había desencadenado al implantar su «herejía» .
Las naves.
La nave de Huy.
La figura es una transcripción a lápiz de una pintura de las encontradas en la tumba de ese rico funcionario de Tutankhamon. Por los datos que conocemos Huy fue un hombre culto perteneciente a la nobleza funcionaria del faraón, conocedor de varias lenguas, inmensamente rico y muy poderoso.
Entre sus muchos títulos entresacamos algunos tan sonoros como éstos: «Primer profeta del templo de Tutankhamon», «Mensajero del soberano en todos los países extranjeros», «Padre Divino», «Portaabanicos a la derecha del rey», «Intendente del ganado de Amón en el país de Kusa», «Intendente de los países del oro del señor de las dos tierras», «Valiente de su Majestad en la caballería»... En las paredes de las cámaras funerarias de su tumba se nos narra su historia desde los tiempos en que ya ocupaba puestos importantes en la administración con Amenofis III, hasta su solemne entronamiento como virrey de Nubia.
En esta historia pintada aparece como poseedor de una gran flota fluvial encargada de traer los tesoros y presentes desde Nubia y sus dominios.
Con respecto a la figura ya señalada, Christiane Desroches-Noblecourt nos la describe con estas palabras: «Su magnífico barco estaba preparado sensiblemente análogo a la nave del rey. La gran cabina central, decorada con dibujos de colores calientes, tenía delante de ella el pabellón reservado a los caballos, dejando ver los corceles ya embarcados.
Había también en la proa y en la popa dos cabinas adornadas con imágenes de los cuatro Horus de Nubia.
El casco del barco llevaba la representación del faraón, como si fuera una esfinge derribando a un negro.» A este tipo de embarcación se la conoce con el nombre de «Papiriforme», puesto que recuerda y conserva las formas esenciales de las embarcaciones primitivas que surcaban el Nilo, construidas con este mismo material y de las que se tienen noticias desde finales del Neolítico (entre 4500-3000 a.C.), que se conoce como época predinástica.
Conserva la forma, pero en realidad la técnica de construcción es totalmente distinta, pues los haces de papiro han sido sustituidos por madera.
Herodoto las describe como «construidas con piezas de madera, montadas como obras de albañilería». Las piezas se ajustaban entre sí por medio de otras en forma de reloj de arena y se calafateaban con papiro y brea. Indudablemente se trata de un barco de lujo dedicado al transporte personal y posiblemente de las mercancías más preciadas. La decoración corresponde, dentro del lujo propio del más alto funcionario, al carácter de los antiguos egipcios «alegre y práctico», según nos recuerda el escritor-viajero griego. Ligero y de poco calado, su tracción principal consistía en los remos movidos por buen número de servidores nubios, sobre todo al navegar contra corriente. Pero tampoco Huy, «padre divino», «Portaabanico a la derecha del rey», pudo escapar a la venganza del general Horemheb y su tumba fue saqueada y sus tesoros usurpados. Las imágenes y los nombres de Tutankhamon que se encontraban en la tumba de Huy fueron demolidos a martillazos. También sus propias imágenes. Horemheb nunca perdonó al virrey de Nubia haber reconocido al faraón, su señor, la fuerza y los poderes del sol.
LA BARCA DE TUTANKHAMON
En la sala de la tumba del faraón, conocida como «sala del tesoro» o de los «vasos canopes», fueron encontrados un gran número de embarcaciones de todo tipo: desde las de papiro, utilizadas para la caza del hipopótamo, hasta las funerarias, destinadas a los viajes y peregrinaciones del rey por el mundo de ultratumba acompañado de Ra y Osiris. Pero sobre todo destaca una, la más completa, probablemente una reproducción de la utilizada por el faraón en vida, en sus viajes por el Nilo. Sus dimensiones son: eslora, 118 cm.; manga, 22 cm.; calado, 10 cm. Pintada con alegres colores se trata como el Huy de un «bari» o embarcación de recreo. La cabina central en forma de «naos» es atravesada por un alto mástil sujeto por varios estays, pero sin ningún obenque, es decir, carece de cabos de maniobra fija que sujeten el palo a los costados de la nave. Es una característica de todos los barcos egipcios y que obliga a pensar que sólo podían utilizar la gran vela rectangular de dos vergas, con viento de popa. Las dos cabinas de proa y popa llevan talladas un toro y una esfinge, las dos representaciones del faraón.
En el Imperio Nuevo (1567 a 1080 a.C.) se había llegado a una gran variedad de embarcaciones definidas por su función y el tipo de aguas para las que fueran destinadas, todo ello posibilitado por el perfeccionamiento alcanzado en las técnicas de construcción.
De este modo, nos encontramos con naves de guerra capaces de embarcar hasta 200 hombres, naves procesionales, funerarias, de recreo, mercantes y de transporte, como las inmensas embarcaciones fluviales diseñadas para el traslado de los enormes obeliscos de piedra.
No olvidaron los egipcios de dotar con sugerentes nombres a sus naves, como por ejemplo la nave insignia de Amenofis IV, conocida por «el esplendor de Atón» o la de Amenofis III, «estrella de Menfis».
Para terminar, las «palabras del arpista», que aparecen en numerosas tumbas y que algo nos dicen del sentido del humor un tanto escéptico con que los antiguos y alegres egipcios se tomaban las cosas de éste y del otro mundo:
"Algunos cuerpos están en marcha, otros entran en la inmortalidad desde los antiguos tiempos; los dioses que antaño vivieron reposan en sus pirámides, lo mismo que los nobles, glorificados, sepultados en sus pirámides, se han construido capillas cuyo emplazamiento no existe ya.
¿Qué se ha hecho de ellos? Yo he escuchado las palabras de lmhotep y de Hardjedef de quien todos comentan los dichos. (Se trata de dos moralistas del Imperio Antiguo.) ¿Dónde está su tumba? Sus muros están destruidos, su tumba como si jamás hubiese existido. Nadie viene de abajo a decirnos cómo están, a decirnos de qué tienen necesidad, a tranquilizar nuestros corazones.

Hasta que nosotros vayamos allí donde ellos han ido.

 

Alegra tu corazón para que tu corazón olvide que también tú serás un día bienaventurado…"

 

El único dato documental con el que he podido contar es una fotografía del modelo original reproducido en el libro citado en la bibliografía de Christiane Desroches-Noblecourt, por lo que existen algunos detalles de difícil interpretación, como son los topes de los grandes remos timones y las inscripciones de las dos pequeñas cabinas.
PINTURA.
Para pintar el casco utilicé pinturas acrílicas en la gama de colores satinados. Antes de pintar utilicé una imprimación de cola blanca para madera (de la que hay muchas marcas en el mercado). Una vez seca la madera encolada, froté con un paño pintura marrón mezclada con blanco hasta lograr una superficie brillante y pulida, aunque no uniforme en cuanto al color.
ENVEJECIMIENTO VELA.
Primero se moja la tela en cola sintética diluida en agua y se le da la forma requerida, arrugándola lo más posible. Una vez seca y rígida se desgarra con una cuchilla, pero sin dejar bordes o cortes limpios. Se pinta en tonos ocres, azules y rojizos, procurando dar los colores más oscuros en las partes más ocultas y los tonos más claros en las partes salientes. La vela debe tomar un aspecto acartonado y rígido.

CABOS.

Se tiñen de gris u ocre y se hacen pasar por el filo de un cuchillo sin afilar para desgastarlos y envejecerlos. Una vez colocados se endurecen, deslizando por su superficie los dedos impregnados de cola sintética. Casi todos los extremos de los cabos están destrenzados y deshilachados, es decir, no terminan en «puños». Los nudos son irregulares y deben asegurarse con algo de cola.

MADERA VISTA.

A todas las piezas de madera sin pintar se las puede retocar con pincel y una mezcla de gris y ocre muy diluido para ensuciarlas. Otra técnica de envejecimiento de madera vista puede ser el uso de pigmentos en polvo con agua (verde, amarillo, rojo, azul, tierra, etc.), sobre los que se esparce polvos de talco o yeso blanco, que luego habrá de rascarse con estropajo de aluminio. Es ésta una técnica interesante que merecerá un capítulo aparte, y cuyos resultados son excelentes. El resto del barco se envejecerá por medio de retoques de marrón y ocre más o menos diluidos, según el criterio del modelista.

Y esto es todo, que el gran dios Ptah, patrón de las artes, nos sea propicio y os colme de inspiración.
Bibliografía 1. ° Desroches-Noblecourt, Christiane: «Tutankhamen». Editorial Noguer, S.A. 1. a edición, noviembre de 1963. Barna-Madrid.

2. ° Langue, Kurt: «Pirámides, esfinges y faraones». Ediciones Destino. Barcelona, 1961.

3° Barlozzetti, Ugo: «Egipto Faraónico», n.° 8-9 de enero-febrero de 1978. «Navi e modelli di navi». Florencia.

4º Landstróm, Bjórn: «Ship of the pharaons». London, 1970.

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